junio 05, 2009

Quiropáctica y jueces, homeopatía y muerte

Durante mucho tiempo, los profesionales de la pseudociencia, la charlatanería, la falsedad, el embuste, la venta de motos, la venta de humo, la paranormalidad, la brujería y la parapsicología (un mismo bicho carroñero con diferente collar) han acudido a los tribunales buscando, generalmente de forma vana, acallar a sus críticos.

Las críticas a todas las maravillas que nos venden revistuchas y programoides de televisión deberían responderse en términos de hechos, pruebas, datos, evidencias y demostraciones que le callaran la boca a los críticos.

Como no tienen eso, amenazan con los tribunales y, cuando tienen dinero (o lo tienen sus sufridos padres) establecen demandas.

Íker Jiménez era especialista en amenazar con "los abogados de la SER" o "el departamento legal de PRISA" a quienes le demostraban la clase de embustes sobre los que se ha hecho de su éticamente cuestionable fama y fortuna. A mí no me amenazó, pero sí a quienes denunciaron que cierta "noche del misterio" que estaba promoviendo era una "alerta ovni" que le trató de colar a observatorios y planetarios serios. Bruno Cardeñosa, un personaje de cara tan dura como profunda es su ignorancia, ídolo de los delirantes "peones negros" que siguen diciendo que el 11-M fue obra de ETA y el PSOE, sí amenazó a un grupo de ufólogos por decirle "ignorante". Pedro Amorós, mentiroso demostrado, me amenazó a mí antes de demandar a Javier Cavanilles (y perder). Y famoso es el caso de Uri Geller, que fue por lana demandando a James Randi y salió trasquilado obligado a pagar suficiente para poner en marcha la noblee institución que es la Fundación Educativa James Randi (James Randi Educational Foundation, JREF).

Actualmente, un caso legal verdaderamente escandaloso se está desarrollando en la Gran Bretaña, donde la Asociación Quiropráctica Británica lo acusó de libelo por decir, en su columna de opinión en el diario The Guardian algo que todo científico que haya revisado el tema sabe: que las afirmaciones de la quiropráctica son falsas.

Ante la afirmación de la BCA de que la quiropráctica (violenta manipulación de la columna vertebral) puede curar el cólico, las infecciones de oìdo, el asma, el llanto prolongado y los problemas de sueño y alimentación si se le aplica a niños, Singh escribió en su artículo "Cuidado con la trampa vertebral" que la BCA "happily promotes bogus treatments", es decir, "alegremente promueve tratamientos falsos" pese a que "no hay mucha evidencia" de que sean ciertos.

La BCA procedió a demandarlo afirmando que el señalamiento de Singh "ha sido gravemente dañada en su credibilidad y reputación" (suponemos que hablan de la credibilidad que tiene la idea de que unas bacterias alojadas en el oído medio de un niño mueran si un quiropráctico le manipula las vértebras a la víctima, sin antibióticos de por medio ni cosa similar... credibilidad que por tanto es nula, o de la reputación de pillo que es la única que puede tener quien afirme que una enfermedad como el asma -que puede tener componentes autoinmunes complejísimos- se arregla con otra manipulación más o menos igual, el repertorio quiropráctico tampoco es muy amplio).

Lo que dicen los quiroprácticos organizados es que Singh afirmaba que la BCA promueve a la quiropráctica contra esas afecciones aunque no hay evidencias y que por tanto dicho organismo promueve afirmaciones sabiendo conscientemente que son falsas. Es decir, no que hagan algo incorrecto, sino, dicen, que Singh los ha acusado de actuar de mala fe.

Evidentemente, de nuevo, tal asunto debería resolverse demostrando con evidencias científicas que estas peligrosas manipulaciones vertebrales sí sirven como tratamiento (curativo o paliativo) de esas afecciones en niños, no con una demanda en el incríblemente complejo mundo de las leyes británicas.

El mundo de las leyes británicas se enredó en el significado de "tratamiento falso" o "bogus treatment" y un juez acaba de determinar que "bogus" significa que son tratamientos que la BCA sabe que no tienen respaldo científico, es decir, que el periodista científico Simon Singh o los acusa de promover tratamientos "falsos", sino tratamientos "que ellos saben perfectamente que son falsos" y por tanto eso sí sería difamatorio. Y como lo hacen "alegremente", a ojos de las curiosas leyes británicas significa también que lo hacen conscientemente de que los tratamientos no son efectivos.

Por tanto, habiendo el juez decidido qué quería decir Simon Singh, el juicio se referirá al tema de si la BCA sabía que no había evidencias de tales capacidades curativas. Si no lo sabía, Singh será considerado culpable de difamación. ¿Cómo demostrar que no lo sabía?

Simon Singh tenía que decidir si apelaría o no a esta decisión previa al juicio, considerando que lo que quiere la BCA no es sólo dinero, cosa que era de esperarse, sino también una orden judicial para que Simon Singh quede censurado y se le impida escribir sobre el tema (como Pedro Amorós pidió que se impidiera a Cavanilles seguir tratando el tema de las falsas caras de Bélmez y el aparente pelotazo inmobiliario que implicaban).

Simon Singh ha decidido apelar esta decisión previa.

El abogado Jack of Kent ha confirmado que, pese a considerarse agraviados, la BCA ha retirado de la circulación el volante "Familias felices" que promovía el tratamiento quiropráctico de tales afecciones infantiles, sin explicar por qué.

Algunas personas y organizaciones preparan una demanda contra la BCA por publicidad deshonesta.

Y la gente que promueve la discusión abierta de todos los temas, y la libertad de expresión y, sobre todo, de opinión, emitió el 3 de junio un documento llamado The law has no place in scientific disputes que ha sido ya firmado por miles de científicos, académicos, divulgadores, periodistas, defensores de la libre expresión y ciudadanos comunes de todo el mundo.


Ésta es una traducción del documento cocinada rápidamente, en caso de que usted quiera unir su voz a la de quienes ya hemos firmado:
Los abajo firmantes consideramos que es incorrecto utilizar las leyes inglesas sobre libelo para silenciar la discusión crítica de las prácticas médicas y la evidencia científica.

La Asociación Británica de Quiropráctica ha demandado a Simon Singh por libelo. La comunidad científica habría preferido que hubiera defendido su postura acerca del uso de la quiropráctica para tratar diversas dolencias infantiles mediante una discusión abierta de la literatura médica revisada por pares, o a través de un debate en los medios de comunicación generales.

Singh sostiene que los tratamientos quiroprácticos para el asma, las infecciones de oído y otras dolencias infantiles no están avalados por evidencias. Cuando una curación o un tratamiento médico no parecen estar avalados por evidencias, deberíamos poder criticar rotundamente esas afirmaciones y el público debería tener acceso a esas críticas.

La Ley inglesa sobre el libelo, sin embargo, puede servir para penalizar este tipo de escrutinio y puede recortar gravemente el derecho a la libre expresión en una materia del máximo interés público. Resulta ampliamente conocido que la ley se inclina fuertemente en contra de los escritores: entre otras cosas, el coste de los procesos judiciales es tan alto que pocos demandados pueden permitirse defenderse. La facilidad para interponer demandas bajo la Ley inglesa, incluso contra escritores de otros países, ha convertido a Londres en la "capital del libelo" del mundo entero.

La libertad para criticar y para cuestionar, en términos firmes pero sin mala intención, es la piedra angular del debate y la discusión científica, tanto en las publicaciones con revisión por pares como en páginas web o periódicos, que permiten el derecho de réplica a los criticados. Sin embargo, las leyes sobre libelo tienen un efecto intimidante que disuade a científicos, escritores y divulgadores de la ciencia de entrar en disputas acerca de las evidencias que puedan avalar determinados productos o prácticas. Las leyes sobre libelo impiden la argumentación y el debate y simplemente fomentan el uso de los tribunales para silenciar a los críticos.

La Ley inglesa sobre el libelo no tiene cabida en los debates científicos acerca de las evidencias; la BCA debería discutir sus evidencias fuera de los tribunales. Además, el caso de la BCA contra Singh muestra un problema más amplio: hace falta una revisión urgente de la manera en que la Ley inglesa sobre el libelo afecta a las discusiones acerca de las evidencias científicas y médicas.


Homeopatía y muerte
Trágicamente, mientras se desarrolla esta nueva batalla judicial entre quienes quieren defender su honor para actuar sin evidencias y quienes critican la falta de evidencias, en Australia un tribunal ha decidido que los padres de una niña que murió por falta de tratamiento médico son culpables de homicidio por grave negligencia criminal.

Thomas Sam, "médico" homeópata y su esposa Manju Sam se negaron a tratar médicamente a su propia hija, Gloria. La bebé sufrió un episodio de eczema a los cuatro meses de edad, una afección probablemente heredada de su madre.

Durante los siguientes cinco meses, los Sam llevaron a su hija con varios médicos, pero nunca siguieron los tratamientos indicados, mientras que persistieron en inútiles remedios homeopáticos. Esos remedios no funcionaron y Gloria empezó a sufrir graves consecuencias: sus defensas se fueron minando, su cuerpo necesitaba más alimentación de la que le suministraba la leche materna y su sistema inmune fue rindiéndose. Para cuando murió, a los nueve meses y después de cinco de sufrimiento incesante, la bebé pesaba lo que un bebé de tres meses.

Las buenas intenciones de los padres de Gloria no pueden ponerse en duda. Su idea de que la homeopatía (que es "oficial" en la India, de donde proceden) curaría a su hija tampoco es su culpa. Ni lo es del padre el que su formación como "médico" homeópata no le haya enseñado los posibles cursos graves y mortales de un eczema infantil, si la homeopatía sigue enseñando que son los misteriosos "miasmas" y "psoras" los que causan las enfermedades, nada de infecciones o enfermedades autoinmunes, y la curación del eczema se hace con petróleo, sin más.

De hecho, uno tiende a creer en la defensa del matrimonio Sam, que indicó que nunca se imaginaron lo que iba a pasar y que no habían sido criminalmente negligentes. El juez, sin embargo, pensó que pasado cierto punto, cualquier otro padre habría aceptado un tratamiento médico aunque no creyera en él. El Dr. Orli Wargon, un dermatólogo con el que recomendaron a los Sam pero al que no fueron, declaró que habría utilizado un tratamiento agresivo que habría dado cierta recuperación en 24 horas. "No la curaría completamente, pero su piel se vería mejor muy, muy rápidamente", declaró.

Al final, creyendo que tenía una afección ocular, los padres llevaron a la niña a una emergencia pediátrica, donde los horrorizados médicos determinaron la gravedad real de la pequeña, la piel exudaba líquido y se le estaban derritiendo las córneas. Un equipo de expertos médicos, sin empargo, ya no pudo hacer nada. A partir de la infección en el ojo sufrió una septicemia y murió tres días después de llegar al hospital. Los médicos insistieron en que ninguno había visto un caso así de avanzado y grave.

Después de la muerte de su hija, sin embargo, Thomas Sam le dijo a la policía que "La medicina convencional habría prolongado su vida... con más sufrimiento. No va a curarla y eso es lo que creo firmemente".

No deja de ser inquietante, sin embargo, que haya informes de que cuando la señora Sam sufrió cálculos biliares, fue llevada de inmediato por su marido a un hospital de verdad.

La página que solía tener Thomas Sam anunciándose como "médico" homeópata en el portal Natural Therapy Pages de Australia ha sido borrada sin explicación. Puede verla en el Archivo de Internet aquí.

Creer firmemente sin evidencias es un peligro. Y denunciarlo no debería ser confrontado en los tribunales, sino en el terreno de las evidencias, el conocimiento y los datos que nos han permitido mejorar la cantidad y calidad de vida del ser humano en el último siglo y medio.

Aunque el negocio de algunos desvergonzados o inocentes engañados sufra.