agosto 18, 2004

El derecho a la información sobre la enfermedad

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Supongamos que usted tiene diabetes. Es decir, experimenta determinados síntomas (sufre aumento en la sed, orina constantemente, se siente fatigado, pierde peso, sufre visión borrosa), lo evalúa un médico y le diagnostica diabetes de Tipo 1, dándole a continuación un tratamiento y una dieta a seguir.

A partir de esa base ¿de qué puede usted enterarse?

Puede averiguar, por ejemplo, qué es exactamente su enfermedad, es decir, qué la ocasiona y qué cadena de causas precisa se da entre el problema original (falta de producción de insulina en el páncreas por destrucción de las células beta situadas en las estructuras llamadas islotes de Langerhans, las que sabemos exactamente cómo fabrican la insulina) y lo que usted sufre, es decir, se sabe cómo la insulina actúa metabolizando el azúcar para que su cuerpo la aproveche. Se sabe que usted necesita insulina inyectada porque no sirve tomada (el estómago la digiere destruyéndola), se sabe qué dietas le convienen, se sabe qué riesgos lo acechan y, sobre todo hay numerosos profesionales de verdad investigando formas de mejorar la calidad de la vida de quienes sufren de diabetes, es decir, tratando de saber más sobre su afección.

Puede usted saber quién descubrió las células del páncreas que producen la insulina, puede revisar los experimentos realizados para determinar la composición de la insulina y los estudios con los que se ha determinado la dosis adecuada de insulina para usted según su peso, edad y estado de salud general. Toda la información que usted quiera está a su alcance.

Ahora digamos que usted va con un charlatán.

El charlatán le puede recetar cualquier cosa que se le ocurra o de la que exista el mito de que "sirve para" la diabetes.

Por ejemplo, le puede dar ajo.

"Se dice" que el ajo "sirve para" la diabetes. Lugares sin ningún escrúpulo como el sitio chileno Servicioweb.cl en su sección "Plantas medicinales" se atreven a hacer aseveraciones como la siguiente: "Actúa eficazmente contra la diabetes y el exceso de azúcar en la sangre (hiploglucemia)".

(¿"Hiploglucemia"? ¡La madre..!)

Ahora supongamos que usted quiere saber cómo actúa el ajo y qué tan eficaz es realmente contra la diabetes.

Esa información no existe. Ningún charlatán (por algo se les llama charlatanes, no es insulto sino definición, porque lo suyo es hablar sin hacer nada útil) se ha puesto a estudiar cuál o cuáles son los componentes del ajo que supuestamente actúan contra la diabetes y cuál es la cadena de causación que lleva desde comerse un diente de ajo (o beber carísimo aceite de ajo de "tiendas naturales" sacaplata) a tener una mejoría en una enfermedad tan precisa como la diabetes.

En el mundo siniestro de los charlatanes, usted no tiene derecho a saber, no puede saber, tiene que creer y ya.

Claro que no se trata sólo del ajo. Mientras la medicina que sabe algo (no todo aún) sobre la diabetes tiene un arsenal más bien reducido y altamente probado para ayudarle sin prometerle milagros, el maravilloso mundo delirante de los charlatanes tiene para usted literalmente cientos de remedios no probados que supuestamente son milagrosos y que le prometen una curación total, rápida y satisfactoria (y si no, la culpa es de usted por no creer): ajo, palo de arco, noni, té "Milagro de la selva", cebolla, mate, fenogreco, mirtilo, copalchi, chochitos homeopáticos de contenido indeterminado, acupuntura, imanes, biorretroalimentación, etc., etc. y recontraetc.

Ah, y ninguno le habla de los efectos secundarios nocivos que puede tener el consumo de tales remedios. Como "son naturales" han de ser sanos, ¿no? (la Amanita muscaria, hongo potentemente venenoso, también es natural, pero no por eso se lo comen estos mamarrachos).

Hay kilos y kilos de tratamientos "alternativos", brujerías y brujazas, sanadores, curanderillos, mamarrachópatas y oratoterapeutas que solamente se ocupan de las enfermedades o afecciones aparentemente más conocidas, es decir, aquéllas de las que todos tenemos idea de que existen, aunque no seamos médicos: indigestiones, artritis, úlceras gástricas, diabetes, cáncer, abscesos, gota, almorranas, prostatitis, várices, impotencia, colitis, nefritis, etc.

¿Por qué decimos "aparentemente"? Porque muchas de esas afecciones o enfermedades no son sino síntomas de alguna enfermedad real, o de varias. ¿Cómo sabe un simulador si su diabetes es de Tipo 1 o de Tipo 2, o cómo se entera de que la otitis que usted padece es producto de un tumor del tamaño de un balón de playa o si, por el contrario, se debe a una infección de campeonato o a que tiene un cuerpo extraño alojado en el oído medio?

Pues estos tipejos no lo saben. Ni les importa. No se van a poner a hacer análisis, estudios clínicos, evaluaciones serias que demandarían estudiar en serio y no en academias de pelagatos. Les basta recetar alguna impostura "para la otitis" y allá el "cliente" que se le reviente el tumor, se le generalice la infección o el cuerpo extraño se salga solo o se haga amiguete.

Pero, por supuesto, ninguna terapia falsificada de ésas tiene "remedios" para muchísimas enfermedades que en sus estrechos horizontes de engañifa y pamplinas ni siquiera saben que existen. Por decir algo, la "radiónica" no tiene "curaciones" para el síndrome de Bloom, ni las florecillas mamertas de Bach tienen indicaciones para "tratar" el lupus eritematoso, ni ninguna de las charlatanadas más egregias habla siquiera de la esclerosis lateral amiotrófica, el síndrome hemolítico urémico, la hiponantremia, la angiomatosis bacilar, la ehrlichiosis granulocítica y, literalmente, miles de afecciones más.

Pero si una inocente víctima va a la guarida de alguno de estos depredadores y relata sus síntomas, lo identificarán con alguna de las afecciones "aparentemente conocidas" y le dispararán igualmente algún remedio más o menos inútil, más o menos peligroso, absolutamente no probado, en dosis sacadas de un librillo engañoso o de la manga, directamente, le sacarán unos billetes y se quedarán tan tranquilos.

La pregunta, claro, es ¿tiene usted, o yo, o cualquier vecino, derecho a tener información clara, comprobable, seria y de calidad sobre su estado de salud, las afecciones que pudiera padecer y la eficacia de los tratamientos a su alcance para curar o controlar dichas afecciones?

O, si ponemos el argumento de cabeza: ¿tienen derecho los parásitos de la sociedad a engañar, desencaminar, desinformar y esquilmar a los ciudadanos sin que éstos merezcan el menor cuidado por parte de las leyes y la sociedad en su conjunto?

La pregunta la responde, más o menos, el Artículo 25, párrafo 1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que a la letra dice:

Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad.

No es descabellado ni falaz pensar que el derecho a la salud incluye el derecho a estar informado sobre los conocimientos, fundamentos y calidad humana y moral de las personas que prestan servicios de salud.

Quien le quita eso a usted, le quita bienestar, calidad de vida e incluso tiempo de vida. ¿Qué mal hago recetando plantas que no le hacen mal a nadie? suele preguntar un distinguidísimo granuja que se pasea con no poca frecuencia por la televisión española. La respuesta es que hace y puede hacer tanto mal que le cueste la vida a un congénere, dedicado a consumir cualquier oratez que se le ocurra al "curandero" cuando debería estar siendo atendido por médicos serios que, si no lo saben todo, saben infinitamente más que estos bergantes.

Y como los médicos son los que saben (nosotros solamente divulgamos lo que saben otros, eso es obvio), en todo el mundo hay gente que lucha contra el daño terrible que hacen día tras día en la salud y el bienestar de miles de personas los seudomédicos. Tal es el caso del Colegio de médicos de Loja, en Ecuador, que realiza campañas de control al empirismo médico. Y si usted sabe inglés, podrá llenarse de sabiduría con Quackwatch, la página que desde hace años mantiene el doctor Stephen Barret.

El doctor Barret, por cierto, acaba de otorgar su amable permiso a este blog para traducir y adaptar algunos de sus artículos, cosa que agradecemos y celebramos, y que esperamos que lamenten y detesten los mercaderes del dolor y la ignorancia.

(Gracias a Carlos Soler por su puntualización sobre las células beta del páncreas.)